Con cuidado se posó el fin sobre la película de agua que cubría la zona, donde yacían sueños efímeros de una sola noche en el cheslong y, cómo si de una pacifica revolución se tratara, amaneció aquel cuerpo inmóvil, funda de algo más que humano, de algo más que real, de algo fugaz, pasajero.
Pesadas las ideas que invaden el nocturno cielo, en la alevosía de las estrellas a la luna, en cuya danza se burlaban del rey sol todas y cada una de ellas. Y, de repente, el más leve roce de polvo lunar levantó aquel cuerpo, con todos sus tormentos e ideales, con la inocencia de antaño, aquel cuerpo que cada día estaba más próximo a su fin, que cada día restaba en el calendario los segundos de respiración que le quedaban, en manos del destino se mecía cada madrugada, acompañado de un par de preguntas, de un par de tormentas, mecido por el viento en el alfeizar de la ventana de las ilusiones, empapado en sudor, preguntándose por qué, por qué desde aquella ventana continuaba el crimen perfecto de sus desdichas...
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