Causaba estragos la forma en que algunas bocas proyectaban, a modo de disparo, las emociones fabricadas por algo más que la mera inspiración o el deseo de fabricarlas, algo más complejo, donde nace la critica dejándose atrás el retraimiento de la réplica, donde cada sílaba se toma como el elogio de lo malévolo.
Entre cenizas resurgían, ajenas al dolor que causaban, las composiciones más engorrosas y sucias, las imágenes más fúnebres, patéticas, de gente que se hiere en público sin reparo, cuya dignidad no es más que pasto de las llamas de la hipocresía y la lisonja, todo ello plasmado a través de una ventana cada vez más plana.
Guerras sucias se cruzaban entre los diferentes sujetos exentos de sesera y personalidad ante mi mirada incrédula, el espectáculo llevado al extremo de lo ridículo. Las máscaras a la orden del día de este funesto encuentro de desfachatez y falta de respeto.
A todo esto algunas inteligentes miradas caían rotas ante la carencia de la inteligencia misma, ante la comparecencia a través de aquellos insulsos sujetos de lo absurdo, lo payaso, lo idiota.
La educación de hoy en día se basaba en idas y venidas de la jet y sus historias de cama, lo que los niños veían tarde tras tarde cuando los columpios del parque estaban demasiado mojados para columpiarse, lo que "papi" y "mami" ponen en la "tele" ante esa mirada inocente, que todo lo absorbe, esponjosa, que tristemente ve esas imágenes fáciles, acartonadas y que dichas imágenes le formen de manera inminente, en vez del olor de las páginas mágicas y la fantasía de estos mundos paralelos que me encierran y me evaden, es la vida entre anuncios que, día tras día, absorbe a los pequeños y a otros no tan pequeños, a personas libres que son atadas a la caja tonta o, mejor dicho, imbecil tarde tras tarde, sembrando incultura.
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