Luces que nos ciegan de camino a casa, que iluminan tu tez de piel suave, que rellenan nuestros vacíos y consuelan las ganas de encontrarte, todo volvió a ser como antes. Días mudos en que no escribo por miedo a que me descubran vuestros ojos, en que se baña todo de timidez, días de manos frías y pies congelados donde buscábamos algo que regara los brotes de vida que construimos paralelamente a nuestros sentimientos y emociones. Mi mano buscaba algo más que tu pelo en su afán por colarse en el cobre que escondía tu cabeza y, la tuya, dejó el miedo a un lado y entró de lleno en mi pecho, casi sin querer entramos en una burbuja de donde nos negamos a salir. Manos férreas jugaban a no dejarte escapar y liberarte de las ataduras que antaño te fueron colocadas, manos pútridas, sin ningún poder, hacían de ti su presa a base de palabras acartonadas al borde del abismo de tu mundo, cerca y a su vez lejos de lo que algún día llamaré mi mundo. Palabras que en público eran escasas, palabras con miradas deseosas, con te quieros ocultos en los párrafos de alguna de nuestras cortas historias aún sin escribir, sus grietas suaves, deliciosas, pedían a gritos nuestra libertad, pedían a gritos la explosión de sensaciones que tu guardabas para mí y yo para ti...
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