domingo, 29 de abril de 2012

3:49 AM

No intentes buscar algo de felicidad en el rastro que dejo en este mar de dudas, pues no soy más que un viajero hierático en busca de si mismo, no soy más que una nube gris que está empeñada en tapar el sol, una flor marchita que se niega a extraer de la tierra un aliento de vida. De vez en cuando me cuelo en alguno de tus sueños y me escondo, en las copas de los arboles que arropan el sinfín en tu mirada, en la inconsciencia que me hace protagonista indirecto de la felicidad agónica que en tu interior cabe, en el cruce de miradas más leve, en el minúsculo palpitar de tu dedo en mi espalda, donde mi mirada vaga perdida, yace helada, impotente, no cabe más que esperpento y dolor. Me pierdo en el segundo en que se tarda en pronunciar una palabra, en el sentimiento que todas las palabras esconden, en el siseo serpenteante que electriza con todo su poder tu cabello ondulante, me pierdo entre acto y acto, esperando que me llames para la puesta en escena de algo mucho más poderoso que lo de antaño, puesta en escena en la que no quepo ni por un mínimo instante, en que estos viejos zapatos de clown rotos no cubren ni tres pasos sobre el escenario. Volvía a ahorcar las ganas de escucharte.
Soy el máximo exponente de lo absurdo, del pesimismo exacerbado, representante de los días añiles, soy el estúpido trovador afónico que con su fanfarria aborrece, la pluma que cae en picado en vez de planear ligeramente, soy ese tonto, el mismo que se aparta de una vida que no sabe querer, de una vida ajena, de un par de tardes, de 399 kilómetros que separaban nuestra rutina, el idiota que ni supo, ni sabrá quererte, a pesar de llevar dentro una alegoría de sentimientos, un sinfín de amor, algo que nunca podrás ver a través de la ventana que te encierra, que te esconde...

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