Un aullido emergió de la caverna y expuso su sonoridad a la luz de los rayos sobre aquella hierba seca, aguantando las ganas de cazarlo, un tímido espejismo de algo parecido a un ser yace a la sombra de un árbol sin ramas, excomulgado por la primavera las flores no nacen ya en aquel desafortunado tronco de madera.
La vida era imberbe en aquel lugar donde los desprecios más crudos no habían llegado por el momento, donde el aullido retumbaba entre las paredes de aquel irreal decorado día tras día, aquel aullido que pedía a gritos algo impronunciable, impensable, algo inaudible para aquellas mustias margaritas, rotas por el abrasador poder del sol y la carencia de algo de agua, de amor.
La verdad se hizo carne y revoloteaba por aquel cielo con cierto halo de turbiedad, como si la desesperación hubiera abierto una grieta entre las bocanadas de viento este se paró y un estallido produjo el vuelo en pedazos de todo lo tangible, de todo lo pragmático, el aullido vibró desde las membranas ahora rotas del estómago y en el cielo se hizo la tierra y en la tierra, tal como la percibimos hoy, se formó el sinsentido y la estupidez...
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