Cada bocanada de aire despeina mis ideas, dispersa mi conocimiento y enfría por momentos mi cerebro, congela mis fibras y me ancla en los charcos, llenos de aceite de coche, los mismos que me empapan y me inundan. Mi cuerpo continúa andando, pero no por ello mi alma lo hace conjuntamente, un alma que vaga entre las luces de tungsteno que bañan la ciudad y que, con la limosna que amasa, no le da para encontrarse en un nuevo ser, para recuperar el aliento que fue arrancado por las infames palabras de vacíos ignorantes, víctimas de su verborrea repugnante y de un sino un tanto triste, sin vida propia y que, por ello, vende las ruinas de algo que nunca tuvo cimientos, que nunca pudo tenerlos, que nunca dejarán que los tenga.
Se difumina una figura entre una neblina incierta, donde el espacio y el tiempo no se encuentran, tu y yo tampoco, es más esa figura se asemeja a ti, te rodean una serie de influencias que te comen, de palabras que te convencen, de hechos que te alejan de ti.
Lo han conseguido, me han devuelto al olvido, a la desesperación, a la pérdida...
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