En la anterior intervención dije que estos escritos serían una sucesión de cachitos de mí, pues bien, empezamos por lo más profundo y evidente de toda persona, su vida.
Mi vida se encuentra en una sucesión de contrariedades, se encuentra entre piezas de marfil afinadas sobre un armazón de madera negruzca, entre unos ojos de un azul horizonte marino y los hilos dorados enredados en su blanca tez. Por otro lado, encontramos la máxima desolación, la de este loco desencantado con la vida, en cuyo paisaje no hay más que grises turbulentos que le asfixian, maltratando cada parte de sí, amedrantando las ganas de volver a reír, empapado en un mar de sal regado por lágrimas de cocodrilo en que (este loco) se ahoga, en que el desasosiego hace que deje de nadar para ahogarse en sus dudas y miedos, sin más sentimiento que resignación.
Las mariposas intentaron romper sus alas en los días en que el sol brillaba entre mis sesos con poco éxito, sus cuerpos nunca llegarán a tocar el suelo por mi culpa, ese sentimiento de culpa no desaparece, muchas de ellas desaparecieron por mí, mis dudas, mis jirones de amor. Soy culpable de mí mismo, mi poesía no rima ni queriendo y sus palabras no son precisamente dulces, no rezan a ningún amor o quizá si, es posible que te nombre cuando mi poesía necesite de algo bello, de algo precioso, de tí, mi amor.
La relación entre ambos "yos" siempre fue la de dos desconocidos que de vez en cuando entre los dedos de una mano ágil y un lapicero, se encontraban, en las noches donde el sueño no hacia mella en sus rostros y donde los ojos, traslúcidos, dejaban pasar atisbos de luz de luna, dejaban pasar las noches entre remordimientos e ideas desgraciadas.
Noches sin manos y con poca sesera se apoderaban de instantes tan mágicos como trágicos, donde ya no existía ese yo sin el tú.
No hay comentarios:
Publicar un comentario