Le deje en la ventana, a la luz del radiante aro solar, cuyos rayos se proyectaban en las paredes de mi cuarto, era imposible poder contar cuantos intrusos se colaban en la visita matutina del alba a las sábanas que me arroparon hace unas horas, todo estaba al alcance de mi vista, todo claro, la luz penetraba en los objetos sacando una de sus cualidades que mas me gustan, el color, no más blanco y negro, días sin neblinas ni lluvias, con frío, pero de fácil resolución.
La sonrisa, que últimamente brillaba por su ausencia, no se despego de mi en ningún momento, aquella mañana, como las dos anteriores, no hacía falta ningún motivo para estarlo, pero lo estaba, si, feliz, al fin.
Recogí el corazón de la ventana, brillaba en tonos rojos, no creo que nadie pueda llegar a ver lo que yo vi aquella mañana, ese corazón que parecía muerto brillaba más que nunca, dejándote anonadado, hechizado al ritmo de sus contracciones que regaban de ternura la bonita estampa invernal tras la ventana.
Su mano rozó mi espalda levemente, sin llegar a distraerme de tan fantástico suceso y calló abducida en el hechizo cárnico que poseía entre mis manos. Besó mis labios en aquel instante, después de unos segundos una gran contracción del irracional músculo lo devolvió a su cavidad, listo para devolver la muestra de cariño a aquella dorada figura que amanecía junto a mi con brillos invernales, la cogí del talle, aparte el pelo de su cara, como de costumbre, pasando mi mano por la comisura de sus labios, me fui aproximando hasta que mis labios rozaron los suyos, de textura suave, como la pulpa de un melocotón, el tiempo ya no era primordial en aquel instante, estábamos allí, en mitad de lo que, hace unas horas, había sido la pista de baile de las estrellas y cometas que poblaron el cielo aquella noche, el beso fue eternamente corto, no hay medida de tiempo capaz de descifrar el transcurso de lo que aconteció aquella mañana, dos amantes aferrados el uno al otro veían el paso de la vida a través de las ventanas de sus cabezas que, cansadas de melancolía, buscaban un aliento de vida entre las cuatro paredes de la habitación del amor...
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